20 mar 2008

Todas son iguales

El taxista tenía ganas de hablar, yo no. Juro que yo no. Pero eso no era ningún problema para él, y me contó toda su historia de amor frustrado.

Que la mina vivía acá a la vuelta, dos cuadras por Río de Janeiro, en una casa de ventanas marrones. Que era hermosa, y muy puta, y que ella estaba loca por él. Y él, en el fondo, también la amaba. Pero ¿vos viste?... la señora, los pibes; es otra cosa. Todo eso me dijo.

Entonces sí me dieron ganas de contarle lo mio, todo. Lo que ella me hizo, lo que ni pensaba hacer, las cosas que yo le dije por intentarlo; todo.

- ¿Usted sabe que yo tampoco puedo olvidar a una? Una que me dijo que no...

Después de chistar con bronca, me interrumpió:

- No me contés más, pibe. Ya se cómo es. Ella no hizo lo que vos esperabas que hiciera, ¿no? Todas las historias son iguales, mas o menos iguales.

Y negaba con la cabeza, caliente. Esa complicidad en la bronca y el rencor no me permitió enojarme con el taxista que no escuchaba las historias de sus pasajeros. Yo quería contar lo mio, completo, con detalles. Pero con tan poco me sentí comprendido y acompañado.

- Que ella dijo que no
- Que ella no llamó
- Que ella no lo hizo
- Que ella no se quedó
- Que ella no se animó

Que ella no, o sea. Al fín de cuentas el tachero tenía razón. Todas las historias son, más o menos, la misma.

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